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«Durante los primeros años del exilio me fue imposible escribir una sola línea»

Entrevista a Jorge Ariel Madrazo

Publicado: 2013-06-21

Por: Mario Pera


Nacido en Buenos Aires en 1931, el poeta argentino Jorge Ariel Madrazo descubrió, a temprana edad, su vocación literaria. Sin embargo, no fue sino hasta mucho después que empezó una prolífica carrera poética que lo ha llevado a publicar más de una docena de poemarios a lo largo de casi cinco décadas. Este hecho lo ha afirmado como una de las voces poéticas más consolidadas de la lírica argentina. Su poesía ha sido traducida al francés, inglés, italiano, portugués y macedonio y, por la misma, ha recibido el premio Fundación Inca, el premio Fondo Nacional de las Artes, el premio Nacional-Región Buenos Aires y el segundo premio municipal Ciudad de Buenos Aires. 

     Entre los años 1973 y 1983 vivió en Caracas, Venezuela, como exiliado de la dictadura militar argentina. Allí trabajó como periodista y crítico cultural.

     Su trabajo literario no se ha restringido únicamente a lo poético, sino que ha incursionado con éxito en la narrativa con la novela Gardel se fue a la guerra (2011), la misma que le valió el Primer Premio Eduardo Mallea de la Ciudad de Buenos Aires. Su trabajo como traductor, principalmente de autores de habla inglesa y portuguesa, también ha sido destacado obteniendo en 2005 el Primer Premio Ibby Internacional (International Board on Books por Young People) por sus traducciones de Jack London; además de haber contribuido a la promoción cultural con la realización del ciclo «Poetas y Narradores», llevado a cabo en diferentes bibliotecas públicas de su ciudad natal.

     La destacada poeta argentina Paulina Vinderman, ha mencionado sobre su poesía que se trata de «una voz reconocible, particularísima, fulgurante de nuestra poesía (…) Madrazo usa arcaísmos, diminutivos, un lenguaje en ocasiones barroco y fervoroso, tierno, seductor, lleno de maestría para acercarse a una ausencia de la que sólo el poema puede hablar».

     El poeta Jorge Ariel Madrazo visitará nuestra ciudad con motivo del II Festival Internacional de Poesía de Lima. Aquí algunas de sus impresiones e ideas sobre el quehacer poético y su próxima visita.


1. Jorge, publicaste tu primer libro, Orden del día, en 1966. El mundo de aquella época era política, tecnológica y socialmente muy distinto al de la actualidad. ¿Cómo era escribir y publicar poesía en medio de la bipolaridad política mundial, de la revolución socialista, con movimientos como los hippies, sin medios de comunicación tan masivos o sin las facilidades tecnológicas actuales?

Caramba, me haces entrar en el túnel del tiempo. Olvidas decir que uno tampoco era el mismo de hoy. Yo escribía poesía –y vivía la intensidad arretabatadora, muchas veces enajenante, de esos estados que podemos llamar experiencia poética- desde adolescente, casi niño. Y sin embargo publiqué tarde, en 1966. A mis 34 años. En el medio hubo una crisis personal grande, y la intensa militancia política.

     Me importa destacar que, pese a que en aquellos años se vivía –o poco menos- la fantasía de que otra sociedad mejor estaba a la vuelta de la esquina, nunca escribí poesía panfletaria: muy comunitaria, muy gregaria, sí, pero en estrecha comunión con lo íntimo y personal. En aquel primer libro había algunos poemas netamente políticos –inclusive, uno de repudio a la invasión norteamericana a República Dominicana-, pero a partir de un lenguaje que asumía una gama muy amplia de matices y los proyectaba más allá de lo coyuntural.

2. El amor, más aún el desamor, la sensación de pérdida, de ausencia y el miedo a perder la felicidad son algunas de las grandes motivaciones en la poesía, según has comentado. ¿Qué motiva tu poesía? Como temas y como hechos o circunstancias ¿qué te impulsa a escribir?

La obsesión por el Tiempo y sus mutaciones es real; no lo es ese presunto «miedo a perder la felicidad»: no me siento representado en estas palabras. Uno vive instantes fugaces, y proyectos más duraderos. Deseos y sueños muy fuertes. En igual medida me afectan la injusticia, la hipocresía de una sociedad que, con un refinamiento mayor o menor, se asienta en la humillación, la marginación y la muerte de grandes mayorías condenadas a un destino con muy pocas luces.

     Y también me motiva el ser-con-otros, el sentir que se es otros, aun con las gigantescas dificultades de comprensión y la cuasi imposibilidad de conocerse. La sensación de extrañeza ante uno mismo y lo otro, de estar en este cuerpo y en este mundo, de lo «raro» y aun mágico de que exista lo otro, es uno de los detonantes de mi escritura. Pueden impulsarla en lo inmediato, es claro, una visión, un momento que se siente único y por ello epifánico, una irrupción de algo que se unirá convulsivamente con los yacimientos del recuerdo, hasta un dato científico que me sorprende y desubica y suscita nuevas relaciones dentro de mí; cada cosa y cada maravilla del afuera, uniéndose al sustrato interior y al subconsciente. De otro modo: el misterio. Y el deseo de ampliar y conocer mejor el mundo, al renombrarlo. Agregar mundo al mundo. Lo que es otra forma de decir: dilatar la comprensión de uno mismo y del resto, el conocimiento por otras vías. Pero esto ocurre a todo poeta ¿no?

3. En alguna entrevista comentaste que el poeta debe encontrar la voz que necesita para decir toda la carga de lo que mamó de los grandes creadores de la poesía. Entiendo que hablas aquí de buscar una expresión propia, una propia voz. ¿Qué tan difícil te fue encontrar esa voz interna, que te diferencia de otros poetas?
Creo que esa voz auténticamente verdadera quizá sólo se encuentre en la última palabra, en la cercanía del último viaje. Lo primordial: que la voz propia salga del cuerpo y del adentro, que el poema sea como un jadeo de la propia interioridad y la propia verdad corporal, un cuerpo vivo en sí mismo, y nunca un tributo a la mera herencia literaria.
4. Durante el periodo de la dictadura militar en tu país, estuviste exiliado en Caracas, entre los años 1975 y 1983. ¿Qué recuerdas de esa experiencia? ¿Cómo influyó esa vivencia en tu poesía?

Durante los primeros años del exilio me fue imposible escribir una sola línea. Pero sí mantuve estrecha relación con algunos poetas tan valiosos y admirados por mí como Eugenio Montejo, Juan Calzadilla, Juan Liscano o Juan Sánchez Peláez, y seguí de cerca la obra de otros muy remarcables.

     En el desorden del recuerdo afectivo tengo muy presentes –entre muchos, y citándolos sin ningún orden cronológico- a Vicente Gerbasi, Luis Pastori, Rafael Cadenas, Luis Alberto Crespo, Ludovico Silva, Francisco Pérez Perdomo, Guillermo Sucre, Caupolicán Ovalles, Hanni Ossot –quien no vivía en Venezuela-, Margara Rusotto, Maritza Jiménez, Yolanda Pantín, Ramón Palomares (que, como otros autores de provincia, me deslumbra con esa enorme capacidad para dar nueva vida a la tierra, sus gentes y tradiciones), Ramón Querales, Gustavo Pereyra (tengo ahora mismo ante mí su Poesía selecta-2013), Igor Barreto, William Osuna, Eli Galindo, Edda Armas, Enrique Hernández D’Jesús, Miguel Márquez, Santos López. Y tantos y tan valiosos.

     A muchos de ellos los traté, y disfruté de su calidad, cordialidad y su talento. Como no quiero convertir esto en un nomenclator, no sigo: amo a la poesía venezolana. Hace pocos días descubrí, en la Feria del Libro en Buenos Aires, a Miguel Pérez y José Javier Sánchez, dos poetas mucho más jóvenes. Y en Bogotá conocí al poeta Alexis Romero.

     Pero debo hacer una mención aparte para el genial y atípico precursor José Antonio de Ramos Sucre, sobre quien escribí unas cuantas páginas incluso antes de regresar a mi tierra.

     ¿Cómo me marcó todo eso? Bueno, aparte de que el libro que escribí poco antes del regreso se llamó Espejos y Destierros, un título más que significativo, creo que en mi natural tendencia al uso del diminutivo, a veces incluso aplicado al verbo, y ciertos coloquialismos o expresiones que no eran habituales en mi país, como ese más nada y hasta más nadita, me vienen del habla venezolana. Me recuerdan al tan castizo endemientras que se usa en algunas provincias argentinas, y que desde ya me encanta. Pero diría, en especial, ese don de approach tan directo, en lo humano, casi físico. Confío en poder revisitar más temprano que tarde, como también se dice allí, a ésa, mi patria de adopción.

5. Tras tantas décadas escribiendo y publicando poesía, ¿cómo ves el panorama poético latinoamericano actual Jorge? ¿Quizá los poetas jóvenes están más preocupados en discutir entre ellos que en intentar lograr lo mejor de su expresión, de su poesía?

Sería pretencioso de mi parte hablar del «panorama poético latinoamericano actual». Por fortuna, la magra difusión de libros y publicaciones entre nuestros países, se ve compensada por el conocimiento directo en encuentros y lecturas de poesía.

     Y bien: puedo decir que me impresiona la diversidad, calidad, pasión y rigor de mucha de la poesía más reciente de la región: si bien leo a estos autores toda vez que puedo y he frecuentado a poetas dominicanos, bolivianos, peruanos, ecuatorianos y de Centro y Norte América, conozco mejor lo que se produce en los últimos años en Chile, Uruguay, México, Cuba, Colombia.

     No sabría responder a la segunda parte de la pregunta: en mi país ha habido, sí, quizá en los momentos inmediatamente posteriores a la feroz dictadura genocida cívico-militar de 1976-1983, un tal vez comprensible abroquelamiento en tribus demasiado cerradas y hasta sectarias y excluyentes, pero en épocas más recientes esto se modificó mucho y el intercambio entre los poetas ahora es considerablemente más fluido. Todo ello, al margen de las calidades de las obras, que creo muy alta en muchos casos. Y me atrevería a decir que la poesía producida por mujeres y por poetas muy jóvenes ocupó con justicia un lugar notabilísimo en los últimos años.

6. Como parte de tu trabajo literario, has traducido a varios poetas estadounidenses, entre los más importantes al beat Allen Ginsberg. ¿Cuál ha sido la trascendencia o influencia de la poesía de la generación beat en la poesía latinoamericana de las últimas décadas?
Creo que varias de las ya célebres publicaciones latinoamericanas de poesía de aquellos años (en la Argentina, tuvo un buen andar Eco Contemporáneo que dirigía el poeta Miguel Grinberg, uno de los mayores estudiosos aquí del fenómeno beat) guardan una fuerte afinidad con aquel espíritu. Acaso lo que más se le acercó fue el gesto vital rupturista del Nadaísmo, en Colombia. Era, en verdad, un espíritu de época. Pero la moderna poesía norteamericana sigue siendo muy leída y apreciada por los poetas de mi generación y por los más jóvenes. La relación cosa-palabra, la creación o no de un mundo paralelo en el poema, continúa fascinándonos.
7. ¿Conoces algo de la tradición poética peruana?

En mi país la tradición peruana –y no sólo poética, pude entrevistar como periodista a la gran Chabuca y sostener luego con ella varios jugosos diálogos, y me traes a la mente las famosas Tradiciones Peruanas- tuvo una presencia muy fuerte. No me extenderé, por obvia, en la figura gigantesca de Vallejo, cuya impronta nos marcó con lazos de fuego. Nunca me interesó Santos Chocano, que me parece una suerte de Espronceda peruano. Pero sí, y mucho, Eguren. Y, más cercanamente, César Moro y Westphalen. Y esas maravillas que fueron Martín Adán (incluso como narrador) y Oquendo de Amat.

     A algunos/as poetas tuve el placer de conocerlos personalmente, como los extraordinarios Carlos Germán Belli (lo entrevisté para la revista de poesía chilena Trilce que edita el poeta Omar Lara), Arturo Corcuera y Javier Sologuren, a quienes traté además en los festivales de Villahermosa y en el Festival de Medellín 1993 (pero ya los había leído con fervor), así como a otros poetas que aprecio grandemente: por supuesto, José Watanabe, Antonio Cisneros, Marco Martos, Miguel Ángel Zapata, Pedro Granados, Luis La Hoz, Julia Wong o Carmen Ollé –ella también publicó en mi país- y obviamente a Renato Sandoval Bacigalupo.

     Blanca Varela me atrae mucho. Me interesaron poetas a quienes sólo pude leer en forma muy parcial: Alejandro Romualdo, Eduardo Chirinos, Gustavo Valcárcel y el tan extraño Enrique Verástegui. A Francisco Bendezú lo conocí gracias a la revista Martín, que edita el querido poeta Hildebrando Pérez Grande. Me admira lo que conozco de Américo Ferrari y de ese poeta y artista plástico «fuori serie»: Jorge Eduardo Eielson. Su libro Ptyx está siempre al alcance de la mano. Y atesoro una antología suya que también incluye reproducciones de sus admirables obras plásticas.

8. Has sido invitado a participar como poeta invitado en el próximo II Festival Internacional de Poesía de Lima. ¿Qué expectativas tienes en torno a la realización de este nuevo festival en la región? ¿Será la primera vez que visites nuestro país?

Tengo las mejores expectativas. Sé de los formidables frutos del I Festival y del talento y esfuerzo del equipo que lo motoriza ante todo, el querido poeta Renato Sandoval. Y estoy deseoso de tener un contacto con los y las poetas que acudirán a la cita.

     No, no es la primera vez que visito el Perú (me gusta decir: «el Perú», no sé cuál es la forma correcta). Estuve varias veces. La más fuerte: hacia 1968 o 69, cuando llegué como enviado de la revista argentina Siete Días, para cubrir las consecuencias de la catástrofe por el sismo y alud en el callejón de Huaylas. Llegamos, con el fotógrafo, hasta Chimbote, acampamos en un campamento militar al pie del Huascarán y sobrevolamos la zona en helicóptero: tuvimos el apoyo del gobierno de Velasco Alvarado. Hablé con innúmeras gentes del pueblo, indios y campesinos. Debimos volver a Lima por tierra, los escasos aviones eran disputados «cuerpo a cuerpo».

     Volví no hace mucho tiempo, en 2008, invitado al Festival en homenaje a Vallejo en Trujillo. Ese año me reencontré con los queridos Jorge Díaz Herrera, Luis La Hoz y Arturo Corcuera.

9. Finalmente, Jorge, ¿vas a publicar próximamente? ¿Algo que quisieras añadir?

En mis planes aparece publicar el inédito Cantiga para Ella, también publicar en París –con el apoyo de la Cancillería argentina- una edición bilingüe francés-castellano del libro De vos. Ediciones La Cabra tiene en proceso de edición, en México, mi antología personal Algunas escenas del mundo.

     Asimismo se está gestando, en alguna parte aún medio límbica, un conjunto de poemas (probablemente, un poema extenso dividido en fragmentos o estancias) y otro de Microficciones. Aunque lo más sensato sería decir: «Quien viva, verá». Y aunque no venga a cuento, agregaria aquí: «Todo tiene que ver con todo». Y si en latín, tanto mejor.*

Biodata

Jorge Ariel Madrazo. Buenos Aires – Argentina, 1931. Ha publicado en poesía: Orden del día (1966), La Tierrita (1974), Espejos y Destierros (1982), Blues de Muertevida (1984), Cuerpo Textual (1987), Cantiga del Otro (1992), Piedra de amolar (1995), Mientras él duerme (en coautoría con el artista plástico Juan López Taetzel, 1997), Testimonios de fin de milenio (conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell, 1998), De mujer nacido (2003), Teoría sobre ella (2004), De vos (2008) y Ayer decías mañana (2012); en narrativa, los libros de cuentos Ventana con Ornella (1992) y La mujer equivocada (2006) y la novela Gardel se fue a la guerra (2011), así como Quarks (microficciones); y en ensayo: Breve historia del bolero (1980) y El Anticristo (2005). 

     Como inéditos mantiene Cantiga para Ella y la antología personal Algunas escenas del mundo, que editará próximamente la editorial mexicana La Cabra.


Escrito por

FIP Lima

El FipLima es el evento de poesía más importante del Perú y uno de los más grandes de Latinoamérica.


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